jueves, 4 de diciembre de 2008

la ira incontrolable

Ira, procedente del latín ira, es la
pasión del alma que causa indignación y enojo, o bien, apetito o deseo de
venganza, o como causa de violencia contra los demás, contra los familiares o
contra uno mismo.

Ira: Enfado muy violento, Furia o violencia de
los elementos, Repetición de actos de enfado o venganza. La sabiduría humana,
tal vez mediante psicólogos, aconseja no guardar ni reprimir los enfados y
soltar la ira, desprenderse de ella mediante liberarla hacia el exterior, sin
embargo, en la Biblia se aconseja retener la ira para evitar toda clase de
discusión o problemas que puede llegar a mayores con un hermano.
Tabla de
contenidos.

* 1 Aspecto Religioso
o 1.1 Pecado
Capital
o 1.2 Debilidad
o 1.3 En el Budismo
o 1.4 En el Hinduismo
*
2 Predisposición
o 2.1 Predisposición Genética
* 3
Referencias
Aspecto Religioso

Pecado Capital
Según la
Iglesia Católica es uno de los siete pecados capitales del ser humano. Puede ser
ira contra los demás, plasmada mediante el asesinato, o ira contra uno mismo,
ejecutada mediante el suicidio. De ambas formas es condenada por el catolicismo,
ya que el castigo ha de dejarse en manos de Dios.

"Sepan esto, mis
amados hermanos. Todo hombre tiene que ser presto en cuanto a oír, lento en
cuanto a hablar, lento en cuanto a ira; porque la ira del hombre no obra la
justicia de Dios. Por lo tanto, desechen toda suciedad, y esa cosa superflua, la
maldad, y acepten con apacibilidad la implantación de la palabra que puede
salvar sus almas."
(Sntg 1: 19-21) (Traducción del Nuevo
Mundo).

En la Divina Comedia de Dante Alighieri ocupan el séptimo
círculo del Infierno, vigilado por el Minotauro y dividido por tres círculos
llenos de piedra y rodeados por un gran río de sangre. A partir de este espacio
cada círculo empieza a tener divisiones que albergan una pena en particular, por
ejemplo los espíritus malditos que están divididos en tres: los violentos, los
injuriosos y los usureros. Primer recinto del séptimo círculo: Los violentos. Su
suplicio: el Minotauro. El centauro Neso pasa a Dante a través del Flegetón.
Segundo recinto del séptimo círculo: Los violentos contra sí mismos: los
suicidas, los disipadores. Tercer recinto del séptimo círculo: Los violentos
contra Dios, contra la naturaleza y contra la Sociedad. En el Purgatorio ocupan
la tercera repisa.
Debilidad

En Islam, la ira se
considera como muestra de la debilidad. Muhammad dicho,

“El fuerte
no es el que supera gente por su fuerza, sino que fuerte es el que se controla
mientras que sufre de ira.”

y

“Los mejores de ustedes
son los que son lentos enfadar y rápido calmarse… Guardarte de ira, porque es un
carbón vivo en el corazón de los descendientes de Adán.”
En el Budismo

En el budismo de define como: "ser incapaz de soportar el objeto o
la intención de causar daño al objeto”. Se considera como una aversión con una
exageración más fuerte, y se enumera como uno de los cinco obstáculos. Es una
idea falsa común que los santos espirituales nunca sufren ira. Esto no es
verdad: incluso el Dalai Lama, el gurú espiritual de monjes tibetanos, se
enoja[1] . Sin embargo, hay una diferencia; una persona espiritual está lo más a
menudo posible enterada de la emoción y de la manera que puede ser manejada.
Así, en respuesta a la pregunta: ¿“Es la ira aceptable en el budismo? 'el Dalai
Lama contestó:

"Budismo en general enseña que la ira es una emoción
destructiva y aunque la ira pudo tener algunos efectos positivos en términos de
supervivencia o ultraje moral, yo no acepta esa ira de la clase como una emoción
ni agresión virtuosa como comportamiento constructivo. El Gautama Buddha ha
enseñado que hay tres kleshas básicos en la raíz del samsara (bondage, ilusión)
y el ciclo vicioso del renacimiento. Éstos son avaricia, odio, y engaño -también
traducible como el accesorio, la ira, e ignorancia. Traen nos la confusión y la
miseria más que la paz, felicidad, y el cumplimiento. Está en nuestro propio
interés propio para purificarlos y para transformar”
En el Hinduismo

Los objetos de ira se perciben como obstáculo para la satisfacción
de los deseos de la persona enojada.
Predisposición

Factores comunes que pueden predisponer a alguien a tener ira son:
fatiga, Hambre, sufrimiento, frustración sexual, recuperación de una herida, el
uso de drogas y cambios hormonales.

Predisposición Genética

Al final del siglo XIX, Sigmund Freud, el padre del Psicoanálisis,
argumentó que los individuos nacen con un innato sentido del amor, sin embargo
la ira y la hostilidad llegan cuando la necesidad de amor no es satisfecha o es
frustrada. Un siglo después, este punto de vista fue criticado por la American
Psychological Association y la American Anthropological Association, que en 1988
concluyó que la gente no está genéticamente predispuesta a la violencia y que la
violencia no puede ser científicamente relacionada con el proceso natural de
evolución.

La
ira







El
pecado de la ira es una cuestión de grados. Es un movimiento, una reacción que
puede indicar simplemente que estamos vivos y por lo tanto nos revelamos contra
injusticias, amenazas o abusos, afirma Savater al caracterizar el sexto pecado
capital. Según el autor de "Etica para Amador", lo peligroso de estos tiempos es
cierta "tendencia a la ira fácil", que distingue a quienes postulan el
contrasentido de "una ira razonada". Una forma de mirar el mundo que, afirma el
filósofo español, une paradójicamente a Osama bin Laden y a George W.
Bush.





FERNANDO
SAVATER.






La ira,
esa pasión arrebatadora, esa furia que de vez en cuando nos convierte en
auténticas fieras. Aparentemente somos personas como los demás y ante un pequeño
estímulo o una provocación, nos convertimos en auténticos
salvajes.

El pecado de la ira es una cuestión de grados. Es un
movimiento, una reacción que puede indicar simplemente que estamos vivos y por
lo tanto nos revelamos contra injusticias, amenazas o
abusos.

Cuando el movimiento instintivo pasional de la ira se
despierta, nos ciega, nos estupidiza y nos convierte en una especie de bestias
obcecadas. Ese exceso es malo pero yo creo que un punto de cólera es
necesario.

Como en muchas cosas de la vida, con los pecados primero
hay que tener la experiencia. Si eres una persona tan pacífica que nunca te has
enfadado, aunque te describan mucho la ira, nunca la entenderás. Si eres justo
te puedes sentir arrebatado por la ira, como me ocurre a mí de vez en cuando.
Allí te toparás con el pecado. Y aunque consideres y busques motivos para la
justicia de tu ira, es un estado que no te mejora, sino todo lo contrario: te
empeora.

De cualquier manera y pese a mis reflexiones en un ámbito
de calma, me acercan a la cólera quienes se sienten inmunes e impunes, que
consideran que están en la tierra para obligar a los demás a creer lo mismo que
ellos.

La violencia que ejercen en forma directa o a través de
sicarios como un recurso que estimulan y por supuesto luego encubren. Combaten
el escepticismo racional —tan sano para una sociedad— y promueven sentimientos
masificantes, luchan contra la inmoralidad individualista, respaldan las razones
del Estado, pero no se les mueve un músculo cuando desde ese mismo lugar se roba
y corrompe. Son partidarios del aburrimiento que genera la seriedad y el rigor,
cuando tienen su origen en la repetición ritual, y enfrentan con la misma pasión
aquello que se crea sin desdeñar el placer como base de su veracidad. Estos
personajes me alteran y hacen que no me haya callado nunca y creo que tampoco lo
haré en el futuro.

Lo interesante en este caso es que pese a que la
ira es un pecado, se le puede atribuir a Dios. Pero sería escandaloso hablar de
la lujuria, la avaricia o la envidia de Dios. Es evidente que la divinidad se
reserva el derecho a la ira.

Hoy el mundo tiene una tendencia a la
ira fácil. Cada vez son menores los niveles de paciencia y reflexión. Lo que veo
peligroso es la posibilidad de que en algún momento se conjugue la ira con el
razonamiento, y que se concrete un mix que respalde lo que algunos llaman la ira
razonada, lo que es un contrasentido, pero que puede ser una base riesgosa para
justificar cualquier acción con la excusa de "aquí no hay otra manera de hacer
las cosas".

Cuando fui a dar una conferencia para educadores a
Dinamarca con motivo de la edición de Etica para Amador, me encontré con que la
mayoría de los docentes son mujeres. En general cuando se producen conflictos
entre alumnos, y hasta que salen del sistema escolar a los 17 o 18 años, las
maestras cortan de raíz cualquier posible pelea entre chicos de edades
parecidas. Cuando salen del sistema escolar y entran al mundo real, pueden morir
en una pelea callejera, porque no tienen medida de lo que puede ocurrir en ella.
No tienen noción del daño que pueden provocar y recibir. Lo cierto es que si has
perdido tres o cuatro peleas en tu niñez vas aprendiendo lo peligroso que puede
ser levantarle la mano a otro, o que te lo hagan a ti. Así comienzas a entender
que el recurrir a la violencia no suele ser el mejor camino para andar por la
vida.


Los días de furia

En el cristianismo
se considera a la ira como el producto de "un apetito desordenado de
venganza".

Para que la ira se transforme en pecado es
imprescindible que exista el desorden, lo contrario a la razón, sino no se lo
catalogará como pecaminoso. Se considera que existe una ira buena que es la que
tiende a suprimir el mal y reestablecer el bien.

Los que somos
coléricos por naturaleza no llevamos la ira a un nivel destructivo. Pero las
personas que tienen un umbral de ira muy alto, se van cargando, sin dar señales
hasta que al final la última gota rebasa la copa y estrangulan al portero cuando
bajan a la calle o al primer individuo que se les cruza. Entonces comienzan las
preguntas de los vecinos que dicen "¿cómo ha podido ser, si era una persona tan
tranquila?" Con alguien de mal carácter hubiese sido distinto, todos hubieran
estado prevenidos.

No hay por qué tolerar el enfado gratuito de los
otros, pero no hay nada peor que el que va echando en su mochila todo lo que le
causa fastidio hasta que se rompen las costuras y ocurre un desastre. Es más
controlable la persona de habitual mal genio que aquella que pierde los nervios
ocasionalmente, como el personaje de Michael Douglas en la película Un día de
furia.

El individuo iracundo busca defectos en forma permanente,
tropieza con la gente, dando gritos y creando situaciones incómodas, pero a su
vez tiene un límite. Si lo ves venir lo evitas. En cambio aquel que está con un
aire amable, de pronto pega un rugido y te salta al cuello. Esa es la ira que no
hay manera de controlar.


La ira buena, la ira
mala

La ira puede ser un motor para poner en marcha a las personas.
Si te pones a reflexionar sobre el hambre en el mundo y llegas a la conclusión
de que se trata de una situación indignante, intolerable para una persona
decente, tal vez por el camino de la razón no movilices a mucha gente. Pero si
argumentas poniendo una película de un gordo seboso, arrebatando un pedazo de
pan a un niño famélico, la gente sentirá tal indignación que es capaz de echarse
a la calle para impedir que eso ocurra.

La ira por sí sola como
sublevación ante abusos e injusticias rara vez logra resolverlos. La puesta en
marcha de la ira es imprescindible para buscar una solución y debe estar
acompañada por momentos de calma que permitirán pensar cómo encontrar el
camino.

Estas situaciones deberían manejarse por la vía de la
reflexión, sin necesidad de ilustraciones patéticas. Los líderes que quieren
controlar la masa, intentan despertar y manipular su indignación. Por ejemplo:
el proceso para que las mayorías respalden las guerras, pasa por crear una
figura diabólica del enemigo, es decir, cargarse de razón.

Pero
también es cierto que los políticos populistas utilizan la ira en el sentido
social, como un buen truco para tener en un puño a los sectores populares. Son
los que aseguran que para mejorar las condiciones de vida de los pobres hay que
castigar a los ricos. Hay una anécdota sobre Otelo Saraiva de Carvalho, uno de
los líderes de la Revolución de los Claveles en Portugal —el más radical—, quien
hizo una gira por Europa para recoger fondos y respaldos para el nuevo gobierno.
En Suecia se encontró con el primer ministro Olof Palme, quien simpatizaba con
la situación portuguesa, y le preguntó: "¿Usted por qué cree que la revolución
ha recogido tantas adhesiones dentro y fuera de Portugal?" a lo que Saraiva
contestó: "Porque queremos acabar con los ricos", entonces el sueco respondió
"la diferencia es que nosotros lo que queremos es terminar con los pobres". Esta
es la distinción entre la cólera desordenada que quiere el castigo, pero que en
el fondo no sabe como arreglar el problema, y la justificada que dice "yo estoy
en contra, pero no de la riqueza, sino de la pobreza y del mal reparto. Hay que
terminar con la injusticia de la mala distribución tratando de incluir dentro
del sistema a aquellos que están excluidos. Este puede ser un ejemplo de una
buena utilización del odio y la ira contra la pobreza. Así es algo sano y útil,
mientras que tener como objetivo fundamental castigar al rico es absolutamente
estéril, porque no mejorará la realidad de los pobres. Lo que tienen que hacer
los gobiernos es generar más riqueza y crear sistemas de distribución que
alcancen a todos.

Es curioso que la ira sea uno de los tópicos en
los que han coincidido George Bush y Osama bin Laden. Ambos llevan a la práctica
el convencimiento de que Dios está con ellos y que combaten al amo de los
infiernos. En síntesis, vivimos ante el peligro de señores que aseguran que han
identificado al Mal en todos aquellos que le llevan la contraria. Es una
situación preocupante incluso desde el punto de vista clínico. Estamos en
presencia de la frase-lema de la época de las Cruzadas: "Dios lo
quiere".

Cuando hablamos de un dios colérico, nos referimos sobre
todo al del Antiguo Testamento. Pero recordemos que Cristo incluso se lió a
latigazos en el templo con los comerciantes. Fue algo intemperante por parte de
aquel señor, teniendo en cuenta que los pobres mercaderes poseían todos sus
permisos en regla; ninguno era vendedor ambulante ilegal. Además, se habrán
preguntado por la ira de Jesús, que ni siquiera era inspector. Sin embargo ese
gesto descontrolado es considerado como un ejemplo de Santa
Cólera.

También se cree que una sociedad que no siente repulsión
por ciertos y determinados actos, está baja de defensas.

Por
supuesto que una comunidad que llama "terrorismo" el que no se respeten los
semáforos, está enferma de paranoia. Pero claro, si esa sociedad permite que
niños de siete años sean martirizados en el trabajo infantil, o que sus
conciudadanos estén amenazados de muerte por haberse expresado en un periódico,
eso es también una actitud enfermiza.

Hay veces en que la ira
social, siempre y cuando no sea desproporcionada, si enfrenta un abuso o una
injusticia, se transforma en una forma de cordura. La ira está relacionada con
los fracasos, las frustraciones, los conflictos de cada persona.

Es
cierto también que la ira es una especie de droga, que te hace sentir
intensamente vivo. El iracundo lo pasa en forma estupenda mientras está
enfadado, porque suben sus energías, se carga de adrenalina, y tiene la
sensación de quemarse de indignación. La realidad es que si eres un poquito
consciente, luego te sientes avergonzado de haberte creído un rayo destructor,
como una tormenta vista desde adentro.

Por lo general procuro tener
una representación humorística de las cosas, como contrapeso de la ira. Porque
el colérico se toma todas las cosas en serio, las que lo merecen y las que no,
con lo que pierde de vista los temas importantes. En el iracundo, no existe el
sentido del humor ni siquiera para las cosas domésticas.

En lo
personal creo que me pueden hacer cualquier cosa, siempre y cuando piense que la
persona no tuvo mala intención. Si he pedido en un restaurante un estofado y me
traen un gazpacho, digo bueno: "el gazpacho está bien", y me lo como si me
convenzo de que fue un error involuntario. Pero cuando veo mala fe o arrogancia
pierdo el control.

Casi siempre la ira es explosiva, apasionada,
incluso trasladándose a conductas masivas. Por ejemplo, 500.000 personas en las
calles de Madrid protestando por la invasión de Bush a Irak, parecían muchos
individuos, pero la realidad era que había otros cuatro millones que no fueron
tomadas por la ira y no salieron a la calle. Lo cierto es que son más vistosos
los que toman una ciudad.

Pero lo que también ocurre es que los
estallidos de ira colectiva suelen mostrarse como una simple celebración
deportiva. La comparación vale porque cuando los simpatizantes de un determinado
equipo de fútbol, ven que su mejor jugador ha hecho un partido horrible, todo es
indignación y odio contra el hombre. Pero si marca un gol apenas comenzado el
siguiente encuentro, el odio de la multitud se transforma en una adoración hacia
el héroe. Es decir, que la experiencia del gran sentimiento compartido, pasa del
espanto al amor sin solución de continuidad.

Lo que se opone a la
ira es la paciencia. Yo soy poco paciente, pero creo que a medida que pasan los
años, uno gana en realismo, ya que las virtudes no son más que distintas formas
de realismo. Mientras que los vicios son simplemente el producto de una mirada
poco realista. En ellos uno se considera más importante que los hechos mismos y
que lo que puede producir en terceros. Con los años alcanzas a conocer tus
verdaderas fuerzas en la vida, y hasta donde puedes llegar. Pero en verdad soy
consciente, de que una de mis virtudes no es la paciencia, aunque yo no le
guardo rencor a nadie. Infinidad de veces he regañado con distintas personas y
cuando con el tiempo me los encuentro en la calle los saludo con total afecto.
Claro que en estos casos no sé si no soy rencoroso o simplemente tengo problema
de falta de memoria.

Lo mismo me ocurre cuando escribo algunos
artículos. Llego hasta el ordenador en estado de incendio sobre tal o cual cosa.
La experiencia me ha enseñado que debo pararme, esperar dos o tres días y
escribir a caballo de la razón y no de la ira. Aunque con la ira seguramente me
saldría algo más divertido para el lector.

También existe una
paciencia constructiva, que tiene que ver con la conciencia de que muchas cosas
no se pueden cambiar de hoy para mañana. Por lo tanto, si creo que el sistema
financiero es abusivo, mejor que quemar los bancos con los banqueros adentro,
voy a tratar de gestionar que un partido político proponga medidas y leyes que
reestructuren sus funciones para que sean más útiles al conjunto de la sociedad.
Seguramente esto me va a llevar más tiempo, pero va a ser más eficaz que poner
una bomba en el club volando a todos los plutócratas. La paciencia es
constructiva cuando aplaza una reacción virulenta, hasta tener mejores caminos
para ejercerla. Claro, que si la paciencia es simplemente apatía o resignación
frustrada puede ser, en ocasiones, peor que la ira.

La paciencia es
operativa cuando piensas que la espera, finalmente, va a llevar a que puedas
intervenir en el cambio de circunstancias y mejorar la situación. Pero en el
momento en que pierdes la esperanza de lograr un cambio, entras en el peor de
los mundos.

Los que siempre están impacientes son los jóvenes. En
ellos la frase característica es: "esto no puede ser", pero la verdad es que
puede ser porque es, y todo lo que es, es porque puede ser. En estos casos lo
que deberíamos hacer es intentar arreglarlo, pero no verlo como una alteración
del orden del universo, porque todas las cosas que ocurren por atroces que sean,
pueden ser y son. Esto no quiere decir que nos resignemos, y si el problema dura
diez segundos, años o meses, puede durar otros diez, lo que debemos hacer en
esos plazos es intentar resolver la dificultad.

Es difícil ver el
resultado final de ser paciente. Salvo con los hijos, con quienes en general,
tienes una relación por el resto de tu existencia.

Distinta es mi
visión como profesor universitario. A los educandos los ves un año y después
desaparecen de tu vida y nunca sabes si lo que has hecho con paciencia ha tenido
alguna utilidad. En algunas oportunidades, te encuentras con uno de ellos y te
dice: "Leí aquel libro que me dijiste, tú no sabes lo que significó para mí",
pero eso rara vez pasa.

La vida del educador siempre tiende a la
esquizofrenia. Es el sector de trabajadores, donde se da la mayor tasa de
enfermedades mentales. Los maestros mal pagados, desatendidos por la sociedad,
se enfrentan con alumnos totalmente zafados. Ante el menor elemento coercitivo
que utilizan para normalizar una clase les cae encima una inspección, o un padre
ofendidísimo por cómo tratan a su pobre hijo. Lo real es que un educador que
quiera mantener cierta disciplina está muy desprotegido.

El docente
nunca debería actuar con ira, sino castigar explicando el sentido del castigo.
Sin embargo, aún existen maestros que ejercen el don de la paciencia, porque
todavía siguen creyendo que pueden imponer sanciones, o hacer valer su autoridad
de manera razonable. Pero la mayoría se ha resignado. Amigos maestros y
profesores me dicen "hombre, ya no me importa que estén escuchando tal o cual
cosa con sus auriculares mientras están en mi clase; pero cuando se paran encima
de la mesa, ponen la música a todo lo que da y de paso comienza a magrearse con
una chica que tienen al lado…¡ me distraen!.. No espero que se reformen, pero
por lo menos que me dejen dar clase y cumplir con mi trabajo".

Yo
recuerdo a un paciente profesor de Hispánica que tuve en el primer año de la
facultad. Daba unas clases de literatura que no me interesaban en lo más mínimo.
El tema de la materia me encantaba, pero en sus manos era la más aburrida del
mundo. Sin embargo, me enseñó algo extraordinariamente útil, porque desde el
primer día se empeñó en que teníamos, sin ninguna posibilidad de excusas, que
aprender a escribir a máquina. Insistió, insistió con toda su paciencia, algo
que a mí me parecía agobiante, hasta que me compré una maquinita de escribir y
aprendí con los tres dedos. Entonces

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